Navega el navegante, aunque sepa que jamás tocará las estrellas que lo guían

¡Salud a la cofradía trotacalle y trotamundo!


viernes, 11 de junio de 2010

E il naufragar m`e dolce in questo mare



EL INFINITO
Siempre caro me fue este aislado cerro,
y estos arbustos, que una buena parte
impiden ver del último horizonte.
Mas, sentado y mirando, interminables
espacios detrás de ellos, sobrehumanos
silencios, y una calma profundísima
yo en el pensar me finjo; y casi, entonces,
el corazón se espanta. Y cuando el viento
escucho susurrar entre estas plantas,
el silencio infinito a la voz esta
voy comparando. Y en lo eterno pienso,
en muertas estaciones y en la viva,
presente, y su sonido. Así, en esta
inmensidad se anega el pensar mío,
y el naufragar en este mar me es dulce
Giacomo Leopardi

enviado por Baldo:

El pastor en la roca
Cuando era pequeño, a veces mi abuela me enviaba con un cubo de cinc a llevar a la cuadra las peladuras de patatas y los restos de las verduras. A mí me gustaba, porque sólo los mayores podían entrar solos en las cuadras. Una noche, cuando volvía con el cubo vacío, sentí de repente un viento frío en la espalda. A lo mejor no era más que la corriente que había siempre en el callejón, pero me acordé de la historia que contaba el vecino Rogelio de la vez que vio al lobo. Decía que lo primero que había sentido era un aire frío que le pegaba la camisa a la espalda. Así que me asusté. Crucé corriendo el callejón y subí las escaleras temblando. Al entrar en la cocina, le dije a mi padre: ‘He sentido un viento frío en la espalda, como si anduviera por ahí el lobo’. Y me dijo que no, que mayo no es mes de lobos. ‘No tengas miedo. Yo también he visto al lobo. El lobo siempre se escapa de las personas. Casi siempre. Yo una vez vi un lobo que no escapó. Era cuando andaba de músico. Andábamos muy tarde por los caminos. Habíamos ido a tocar a Santa Apolonia y yo llevaba pocos meses de novio con tu madre, así que al pasar por la vereda vieja de Cebreiros me separé de los demás para venir a verla. Me dio algo de comer y un jarro de vino, y luego me marché por el atajo de la Junquera. Al llegar al regato de los Cepos, que se pasa por un vado de piedras, vi a un lobo del otro lado. Parecía un lobo joven, de los que a veces andan solos. Y no se asustó al verme. Yo me quedé parado sin saber qué hacer. Y como no se iba y yo no podía cruzar, saqué el clarinete de la funda y empecé a tocar. Empecé a tocar para el lobo, para ver si se marchaba. Esa noche habíamos tocado bien. Tocamos ‘La leyenda del beso’ y nos aplaudieron mucho. Pero esas no son músicas para tocar solo. Isidro el del molino, que también era músico de joven, me había dado unas partituras que le había comprado a un indiano. Y en ellas aprendí a tocar un trozo de una música de Schubert que se llama ‘El pastor en la roca’. Y eso le toqué. Yo tocaba como podía, porque no la había oído nunca, pero al lobo parecía que le gustaba. Se quedó quieto, mirando, y no se marchaba. Y yo terminaba el trozo que sabía y volvía a empezar, y el lobo no se iba. Entonces, de repente, empecé a desafinar. Hacía con el clarinete unos pitidos del demonio. Entonces, el lobo saltó el regato, pasó a mi lado y salió corriendo. Así que, ya sabes, cuando veas al lobo, canta. Primero tienes que cantar bien, pero si no se marcha, desafina, y ya verás cómo escapa. El lobo tiene muy buen oído.’
Muchos años después, yo ya vivía en otros montes. Una noche de noviembre salí a recoger algo que me había dejado en el coche. Llovía y hacía un viento terrible, hacía una noche de lobos. Y lo vi. El lobo estaba a pocos metros de mi casa, cerca del nogal. Le hablé como se habla a los perros y se acercó un poco. Yo abrí el coche y puse la música. Tengo ‘El pastor en la roca’*, lo tengo en casa y en el coche, y me gusta tenerlo conmigo, aunque no lo ponga mucho, porque me recuerda el tiempo en que mi padre me contaba historias. Lo puse y el lobo se quedó quieto, escuchado el piano y el clarinete. Pero cuando la mujer empezó a cantar, el lobo aulló. Un aullido manso y triste, como de enamorado sin esperanza. Y no se fue hasta que encendí el motor y apagué la música.

*[lied de Schubert para soprano con acompañamiento de piano y clarinete. Tal vez podais ecuchar un fragmento si buscais http://translate.google.es/translate?hl=es&langpair=en%7Ces&u=http://www.amazon.com/Schubert-Octet-Shepherd-Robin-ONeill/dp/B000VXW4T6]

2 comentarios:

CBM dijo...

¡Qué baratos y ricos los bombones de Lindt!. Ahora bien, aún le sabe mejor a todos los sentidos, de este cuerpo humano que nos ha tocado en suerte, el leer la poesía bellísima de Leopardi, la de Gerardo Diego de la otra página y, sobre todo, el estupendo relato de "El pastor en la roca", qué bien escrito está, emocionante, bello y entretenido. Muchas gracias por escribir estas cosas en Serendipia.

Anisia Serendipia dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.