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domingo, 13 de enero de 2019

Un trozo de azul tiene mayor intensidad que todo el cielo





IKUS-ESPARRU ZABALDUAK, exposición de Zaloa Ipiña en el Museo de Arte e Historia de Durango, hasta el 10 de junio.


MIS OJOS, QUE CODICIAN COSAS BELLAS_ Al día siguiente, la luz de la mañana de octubre caía en rayos polvorientos a través de las ventanas sin cortinas y el murmullo del tráfico subía de la calle… Era tentador, después de tanto leer, mirar por la ventana y ver qué estaba haciendo Londres en aquella mañana_ Era la tarde del Día Internacional de los Museos y Zaloa Ipiña inauguraba con una visita guiada la muestra “Espacios ópticos expandidos” que hasta el próximo domingo tenemos la oportunidad de disfrutar en el Palacio Etxezarreta de Durango. Y comenzó a guiarnos desde su Habitat, exponiendo primeramente la relación entre el proyecto concluso que ahora presenta y las ventanas de su casa, lugar que fuera hogar y taller de artista durante el desarrollo del mismo. Unos luceros a través de las cuales se pueden ver trozos de un cielo siempre cambiante, tal vez surcado a veces por un cortejo de patos escoltando navíos con destino desconocido; incluso piedra y verde puede verse a través de algún ventanuco pero que, entendí, son oquedades a través de las cuales no puede fantasear con la vida de los de fuera de ese, su Habitat.
El tenue lamento de Zaloa Ipiña me evocaron estos versos: vivía en una casa con dos ventanas de verdad y las otras dos pintadas en la fachada. Aquellas ventanas pintadas fueron mi primer dolor, de un poema en el que Gloria fuertes nos describe cómo palpaba las paredes del pasillo, intentando encontrar por dentro aquellas ventanas pintadas por fuera: toda mi infancia la pasé con el deseo de asomarme para ver lo que se veía desde aquellas ventanas que no existieron. 

_A fuera, donde vive la vida, sueña la vida, sufre la vida_ Leo en “Hacia el interior”, una reflexión de Haizea Barcenilla plasmada en el catálogo editado para la muestra, una referencia a la habitación propia de Virginia Woolf, incidiendo en cómo dispuso esta su mesa de escritora en el centro de la estancia: rodeándose de ventanas que daban al jardín. De pronto un Espejismo me devuelve el reflejo de Virginia inclinada sobre su mesa escribiendo esa prosa que es poesía [aquí nos habla sobre una caminata por el Londres de su época, durante la que nos anima a esconder el yo por el que somos conocidos y a atrapar una frase casual  por la calle de la que fabricar una vida]: en cada una de estas vidas era posible avanzar por un pequeño camino, lo bastante lejos para hacernos la ilusión de que no estamos atados a una sola mente, sino que brevemente podemos adaptarnos a los cuerpos y mentes de los otros […] ¿Y que hay más delicioso y maravilloso que abandonar las rígidas líneas de la personalidad y desviarse por esos senderos que conducen, entre zarzas y gruesos troncos, al corazón del bosque donde viven esas bestias salvajes, nuestro prójimo? Apuntando que si bien es cierto que escaparse es un placer, también lo es alcanzar de nuevo el umbral de nuestra casa tocar las viejas posesiones, los viejos prejuicios que nos rodean; y el yo, que se ha esparcido por tantos rincones,… Aquí está otra vez la puerta habitual… Aquí otra vez con el placer de alcanzar de nuevo el umbral hacia el interior, pero con la delicada añoranza de una ventana por la que ver pasar la vida de esas bestias salvajes, nuestro prójimo.

_La hora del atardecer nos confiere también la irresponsabilidad que ofrecen la oscuridad y la farola. Ya no somos nosotros mismo totalmente_ Los siglos y sus gentes somos Orlando reconfortando a Zaloa: sólo podemos creer enteramente en lo que no podemos ver. Estoy ahora en ese viejo país que es Inglaterra, en Bloomsbury Square, rodeada de casas con ventanas de mil formas y curiosos cristales. Pienso en los preciosos nombres usados para denominar esos huecos a  través de los cuales vemos pasar los días, las estaciones y a veces, las vidas de nuestros semejantes. Tragaluz, claraboya, lucerna, lucero, lucernario, ojo de buey, portillo, rosetón, vidriera… Durante años, bajo las etiquetas “Gary Cooper que estás en los cielos” y “desde mi ventana el mar no se ve”, coleccioné estampas del día y de la noche donde la luna menguaba y crecía inexorablemente; de la primavera y el otoño; de las cigüeñas o de su ausencia en el invierno; de Venus y Júpiter a principios del verano; de la perpetua paz de las constelaciones; de la lluvia, de la nieve y de los vientos que deshacen las telas de araña y las hojas que se caen. Del duende y del último aeroplano. Del rumor de la calle mientras pensaba en mí misma mirando a la gente desde mis ventanas; pensando con ella al unísono cuando algo excepcional o chocante pasaba.

De muchísimo antes de la era digital conservo en la memoria la vida que hacían las monjas Carmelitas Descalzas en su huerto del convento de Durango, recuerdo la gran fiesta que suponía para ellas hacerse una fotografía en grupo junto a los setos de flores del cosmos; y recuerdo grupos y grupos de escolares de camino a una escuela que vi construir, jugando a hacer casas entre tablones con clavos… Tanto vi a través de las ventanas, fantaseando miles de vidas que quizá ahora me pregunten lo que se preguntaba el poeta Baudelaire al acostarse, orgulloso de haber vivido y sufrido en otros que no eran el: ¿Estás segura de que esa leyenda es la verdadera?” ¿Qué importa lo que pueda ser la realidad situada fuera de mí, si me ayudó a vivir, a sentir que soy y lo que soy? Son las últimas palabras de su poema en prosa Las ventanas.

_El escenario, si tenéis la amabilidad de seguirme, ahora había cambiado_ Los metacrilatos de Zaloa Ipiña se han apoderado de ti y a través de sus Ventanas a una promesa mejor te asoman, entre Espejismos, a ver el paso del día y de las estaciones escuchando el soplo del viento entre los juncos mientras percibes el rumor de la maleza y el aroma del sotobosque te adormece. En convivencia con el cielo, a través de los luceros ves el cielo azul del otoño en evolución gris paloma y lavanda hacia el invierno. Ventanas a una promesa mejor te seducen con los tonos del bosque, la delicadeza de ese amarillo lima ¿verdoso? te acuna y detrás, la música de un bandoneón con el fuelle invertido mece las hojas otoñales. Son Ventanas a una promesa mejor, como esa de estar vivo un instante, justo cuando nos escapamos al mejor de los mundos imposibles. En donde nada importa, nada absolutamente –ni siquiera las grandes esperanzas que están puestas todas sobre nosotros, todas, y así pesan. Inconmensurable Gil de Biedma.

Que un trozo de azul tiene mayor intensidad que todo el cielo lo pensó otro poeta, un loco llamado Alfonso Cortés.

Y a otro le parecerá otra cosa

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