Navega el navegante, aunque sepa que jamás tocará las estrellas que lo guían

¡Salud a la cofradía trotacalle y trotamundo!


miércoles, 18 de agosto de 2010

Yo vi algo terrible en la leñera




Agosto. Contraponientes de melocotón y... tardes de lectura


La hija de Robert Poste” (“Cold Comfort Farm”), de Stella Gibbons, por primera vez en castellano. Traducción de José C. Vales. Editado por: Impedimenta, Madrid, 2010. 358 páginas.

Stella Gibbons nació en Londres en 1902. Tras finalizar sus estudios de periodismo y mientras trabajaba en el Evening Standard, publicó un libro de poemas, The Mountain Beast (1930), del cual, el poema “las Jirafas” recibió elogios de Virginia Woolf. La hija de Robert Poste fue publicada en 1932 y su éxito fue instantáne (aunque fuera prohibida en la recién nacida República de Irlanda por su velada defensa de la contracepción). De hecho, Gibbons es conocida casi exclusivamente por esta obra, que conoció varias secuelas: “Christmas at Cold Comfort Farm” y “Conference at Cold Comfort Farm”, y adaptaciones cinematográficas, y que está considerada la novela cómica más perfecta de la narrativa inglesa del XX. Tres de las novelas de Gibbons son adaptaciones de cuentos de hadas: “Nightingale Wood” (1938) es una adaptación de La Cenicienta, “My American” (1939) es una adaptación de La Reina de las nieves, y “White Sand and Grey Sand” (1958) es una adaptación de La Bella y la Bestia. Stella Gibbons era gran admiradora de Jane Austen y de Keats.

"On the whole, I dislike my fellow-beings; I find them so difficult to understand. But I have a tidy mind, and untidy lives irritate me. Also, they are…”

Premio Femina Vie Heureuse Anglais 1933














El premio, presentado por la revista francesa “Femina y Vie heureuse” era otorgado por un comité de eminentes escritoras francesas a la mejor obra de ficción en inglés publicada durante ese año por un autor cuyo trabajo, en opinión del comité, no hubiera recibido suficiente reconocimiento. Recibió cuarenta libras y el oprobio de Virginia Woolf, quien antes la había elogiado.

en el cine

Esta obra publicada en 1932 hizo sombra al resto de sus escritos durante toda su vida. Sátira de las obras románticas del siglo XIX, la adaptación cinematográfica es también muy divertida y muy bonita la ropa años 30 que viste Flora Poste, la hija de Robert Poste (¡El arte del cine! que hace posible que la luzca tan limpia y planchada en Cold Comfort).
un lugar angelical
capítulo 1
La educación que Flora Poste recibió de sus padres había sido cara, deportiva y larga; y cuando murieron, uno detrás del otro, en un período de pocas semanas debido a la epidemia anual de la Gripe o Peste Española —lo cual aconteció cuando Flora tenía veinte años—, la joven se reveló como poseedora de todas las artes y talentos necesarios para ganarse la vida.
Siempre se había dicho que su padre era un hombre acauda¬lado, pero cuando falleció sus albaceas quedaron desconcer¬tados al descubrir que era pobre. Después de que se hubieran liquidado las deudas y se hubieran satisfecho las demandas de los acreedores, su hija quedó con una renta de cien libras anuales, y sin ninguna propiedad.
En cualquier caso, Flora heredó de su padre una férrea vo¬luntad y de su madre unas pantorrillas soberbias. La primera no se había visto afectada porque Flora siempre había hecho lo que le había dado la gana, y las segundas habían logrado salir indemnes de los violentos deportes atléticos en los que se había visto obligada a participar. Aun así, comprendió que ni su voluntad ni sus pantorrillas eran las herramientas más apropiadas para ganarse el sustento.
Así pues, decidió quedarse con una amiga, una tal señora Smiling, en su casa de Lambeth, hasta que hubiera decidido qué hacer con su vida y con sus cien libras anuales.
La muerte de sus padres no causó en Flora un dolor ex¬cesivo, pues apenas los conocía. Sus progenitores tenían una afición desmedida por los viajes y, a lo largo de todo el año, apenas permanecían un mes en Inglaterra. Flora, desde que cumplió los diez años, había pasado las vacaciones escolares en casa de la madre de la señora Smiling; y cuando la señora Smiling contrajo matrimonio, Flora empezó a pasarlas direc¬tamente en casa de su amiga. De modo que aquella sombría tarde de febrero, quince días después de que se hubiera cele¬brado el funeral de su padre, Flora se adentró en las calles de Lambeth, con la familiar sensación de quien regresa a casa. La señora Smiling era afortunada, pues había heredado aquella casa de Lambeth antes de que los alquileres en ese distrito se elevaran vertiginosamente hasta límites absurdos, siguiendo la marea de la moda, que viró repentinamente y saltó desde Mayfair hasta el otro lado del río. En consecuen¬cia, los parapetos de piedra que bordean el Támesis se con¬virtieron de la noche a la mañana en territorio de paseo de numerosas damas argentinas con sus perros bull-terriers.2 La señora Smiling había enviudado recientemente; su marido ha¬bía sido propietario de tres casas en Lambeth y se las había dejado en su testamento. La más agradable de las tres, situada
2. En los años veinte se acuñó en París y Londres la frase «Ser rico como un argentino». En efecto, los argentinos constituían el grupo de población emigrante más acaudalado y, en general, se les consideraba de manera un tanto despectiva «nuevos ricos». Stella Gibbons imagina a las damas ar¬gentinas paseando por este «nuevo y próspero» barrio de Lambeth.23
en Mouse Place, tenía una fachada con una puerta coronada por una lucerna semicircular, que daba al voluble Támesis; era precisamente allí donde vivía la señora Smiling. Respecto a las otras dos casas, una había sido derribada y en el solar se había perpetrado un garaje; y la tercera, que era demasiado pequeña y poco adecuada para cualquier otro propósito, se había con¬vertido en la sede del Old Diplomacy Club. Las macetas de geranios blancos que colgaban en cestillos de los pequeños balcones de hierro del número 1 de Mouse Place contribuyeron en gran medida a animar a Flora cuando su taxi se detuvo ante la puerta. Al darse la vuelta y encontrarse ante la casa, comprobó que Sneller, el criado de la señora Smiling, ya había abierto la puerta: la estaba mirando desde lo alto de la escalera y le dedicaba un leve gesto de bienvenida. Flora pensó que aquel hombre era tan poco expresivo como una tortuga; y se alegró de que su amiga no tuviera ninguno de esos animales como mascota, o podrían haber entendido que el criado le hacía burla.
La señora Smiling la esperaba en el salón desde el que se divisaba el río. Era una irlandesa bajita, de unos veintiséis años, con una piel excelente, grandes ojos grises y una nariz pequeña y aquilina. Tenía dos intereses en la vida. Uno era conseguir que entraran en razón y se moderaran los apasio¬nados corazones de algunos caballeros quinceañeros de alta cuna y buena fortuna que estaban locamente enamorados de ella, y que, tras su negativa a aceptarlos en matrimonio, se ha¬bían largado a lugares tan remotos como Jhonsong La Lake, M’Luba-M’Luba y los Kwanhattons. Ella les escribía a todos una vez por semana, y ellos le respondían a vuelta de correo (como bien sabían los amigos de la señora Smiling, porque siempre les estaba leyendo en voz alta largos y aburridísimos fragmentos de aquellas cartas.
Aquellos caballeros, a causa de los duros trabajos que soportaban en esos territorios salvajes y de su incansable devo¬ción hacia la señora Smiling, eran conocidos colectivamente como «Los Pioneros-Oh, de Mary Smiling», parafraseando el inspirado poema de Walt Whitman.
El segundo interés de la señora Smiling era su colección de brassières, y su búsqueda de uno que fuera perfecto. Se decía que tenía la colección más extensa y delicada de esas prendas existente en el mundo. Todos esperaban que a su muerte ce¬diera la colección al Estado.
Era toda una autoridad en lo que se refería al corte, el ajuste, el color, la fabricación y el adecuado funcionamiento de los brassières; y sus amigas habían aprendido que, incluso en los momentos de extrema preocupación emocional o in¬comodidad física, podían llamar su atención y hacer que re¬cuperara su tranquilidad con sólo pronunciar la frase: «Mary, he visto un brassière que quizás podría interesarte…».
El carácter de la señora Smiling era firme, y sus gustos muy refinados. Su método para tratar con la caprichosa na¬turaleza humana, cuando ésta insistía en imponer la grosería en su modo de vida, era rápida y efectiva; ella fingía que las cosas no eran como eran: y habitualmente, después de un tiempo, dejaban de serlo. La Ciencia Cristiana tal vez sea una organización más grande,pero, a buen seguro, no es tan exitosa.
«Desde luego, si tú animas a la gente a pensar que son desor¬denados, al final serán desordenados»; ésta era una de las máxi¬mas favoritas de la señora Smiling. Y otra era: «Tonterías, Flora. Son imaginaciones tuyas».
[ Walt Whitman (1819-1892) publicó el conocido poema «Pioneers, O Pio¬neers» en Drum-Taps (1865), pero también se ha incluido habitualmente en las sucesivas reediciones de Hojas de hierba.]
En todo caso, la señora Smiling no era ajena a los delicados entretenimientos de la imaginación.
—Y bien, querida —dijo la señora Smiling (y Flora, que era alta, se inclinó y la besó en la mejilla)—, ¿qué tomarás? ¿Prefieres un té o un cóctel?
Flora dijo que tomaría un té. Dobló los guantes, colocó el abrigo en el respaldo de una silla, y a continuación tomó el té con una pasta de canela.
—¿Y el funeral? Horrible, supongo —preguntó la señora Smiling. Sabía que Flora no había lamentado en exceso el fallecimiento del señor Poste, aquel hombre corpulento que había sido serio en el juego y desdeñoso con las bellas artes. Y tampoco el de la señora Poste, que había deseado que todos a su alrededor vivieran frívolamente y, sin embargo, se compor¬taran como damas y caballeros.
Flora contestó que había sido espantoso. Añadió que estaba segura de que todos sus familiares de más edad habían disfru¬tado infinitamente.
—¿Alguno de ellos te ha pedido que vayas a vivir con ellos? Permíteme que te prevenga al respecto. Los parientes siempre están pidiéndole a una que se vaya a vivir con ellos —dijo la señora Smiling.
—No. Recuerda, Mary, que ahora sólo dispongo de cien libras anuales; y además, no sé jugar al bridge.
[...]
—Vaya… ¿Y entonces qué harás, querida? Bueno, Flora, no seas floja. Sabes perfectamente bien que serás muy desgraciada si no consigues un trabajo; todos nuestros amigos están tra-bajando. Además, cien libras anuales ni siquiera te alcanzarán para medias y abanicos. ¿De qué vas a vivir?
—De mis familiares.
La señora Smiling le lanzó una conmocionada mirada de interrogación, porque, aunque educadísima en sus gustos, era una mujer de talante independiente y estricta moral.
—Sí, Mary —recalcó Flora con firmeza—, sólo tengo die¬cinueve años, pero ya he observado que mientras aún persiste el absurdo prejuicio contra el hecho de vivir de los amigos, no se establecen límites, ni por parte de la sociedad ni por parte de la conciencia personal, a la carga que una puede suponer a la hora de vivir con sus parientes.
»Y en lo que a mis parientes se refiere, he de decirte que, por ambas ramas de la familia, soy particularmente rica (y creo que si pudieras ver a algunos de ellos estarías de acuerdo con mi apreciación). Tengo un primo soltero de mi padre en Esco¬cia. Tengo una hermana de mi madre en Worthing (quien, por si eso no fuera suficiente, se dedica a la cría de perros). Tengo una prima de mi madre que vive en Kensington. Y tengo tam¬bién unos primos lejanos, relacionados de algún modo con mi madre, creo, que viven en Sussex…
—Sussex… —murmuró la señora Smiling—. No me gus¬ta nada cómo suena eso… ¿No serán esos que viven en una de esas granjas ruinosas?
—Me temo que sí —confesó Flora de mala gana—. De todos modos, no voy a contar con ellos a menos que me fallen los demás. Me propongo enviar una carta a los familiares que he citado, exponiéndoles mi situación y preguntándoles si me podrían dar cobijo a cambio de mi cara bonita y de mis cien libras.

Decide pues escribir a todos sus parientes para acabar siendo acogida por estos, los Starkadder, en la granja de Cold Comfort, en el condado de Sussex, Inglaterra Una vez allí, Flora tendrá ocasión de intimar con toda una galería de curiosos personajes entre los que decide poner orden. Y así empieza la diversión.


Visto en: Fnac, La casa del libro
Precio: 22,76€.

Todos, un sol detrás de otro,
la vuelven clara

No hay comentarios: