con motivo de la celebración de Halloween
Aunque yo he visto al mediodía en la tele que las vendían en una óptica. Creo que a 60€
Un ojo de vidrio. Memorias de un esqueleto. Un cuento de Alfonso Castelao
Lector:
Cierto día se quedó mirándome una vaca. ¿Que me mirará?, pensé yo; y en aquel instante la vaca bajó la cabeza y siguió comiendo hierba. Ahora ya se que la vaca sólo dijo:
—Bah, total un hombre con anteojos.
Y a lo mejor yo no soy más que lo que vió la vaca. He ahí la alegría de pensar que cuando mi calavera esté al descubierto ya no podrá juzgarme ninguna vaca. La muerte no me asusta, y el mal que le deseo a mi enemigo es que viva hasta sobrevivirse. Yo soy de los que se estrujan la cara para palpar la propia calavera y jamás huyo de los cementerios. Tanto es así que tengo un amigo enterrador en un cementerio de la ciudad. Este amigo mío no es, de hecho, amigo mío; es solamente un objeto de experimentación, un conejillo de indias. Un enterrador sabe siempre muchas cosas y las cuenta con humor. Un enterrador de ciudad que desnuda y descalza a los muertos para surtir las tiendas de ropa de segunda mano, tiene que ser el hombre que le hace falta a un humorista. Un enterrador que saca una buena soldada del oro de los dientes de las calaveras tenía que ser amigo mío.
Este enterrador se tiene por hombre de bien y me cuenta cosas trágicas que hacen reír y me cuenta cosas de reír que dan miedo, y con las sorpresas en su conversación se pasan las horas sin que me dé cuenta. Bueno; el cuento fue que un día tomé el camino del cementerio y encontré al enterrador un poquillo… no sé cómo, y después de hablar mucho me dijo que tenía que contarme en secreto una cosa, siempre que fuese yo un hombre de bien y amigo leal. Me quede un poco acobardado por el miedo a la sorpresa desconocida y, después de cogerme por el hombro y acercarme sus labios podridos a la oreja, me dijo en voz baja:
-¡Encontré unos papeles en una caja...! En una caja que no se de quién sería. El esqueleto tenía en la calavera un ojo de vidrio que me miraba con resentimiento.
Y el enterrador saco de entre el abrigo unos papeles arrugados. El enterrador no sabía leer y me los dio a mí para que se los leyese. Eran trozos de periódico, papeles de fumar... todos numerados, y en el primero campaban estas palabras: “memorias de un esqueleto”. Seguir leyendo en el espejo gótico