8 de Marzo de 2017
8 de marzo de 2017_ Las mujeres en un mundo laboral en transformación: hacia un planeta 50-50 en 2030
De eso se encargaba mi mujer
Por primera vez en muchas edades, la encorvada figura de manos sarmentosas y ojos apagados, que, a pesar de los poetas, es la verdadera imagen de la feminidad, se enderezó, apartándose del balde de lavar la ropa, salió de su casa y se dirigió a la fábrica. Este fue el primer doloroso paso en la senda de la libertad.
El ángel de la casa_ En enero de 1931 Virginia Woolf escribía el ensayo “Profesiones para la mujer”. En él explica la razón por la que, para ella, las mujeres habían triunfado en la Literatura antes que en otras profesiones: la baratura del papel para escribir, y lo ilustra con su propio caso, una historia muy “sencilla” dice ella, la de una muchacha en un dormitorio con una pluma en la mano escribiendo desde las 10 de la mañana hasta la 1 Post Meridiem, a quien se le ocurre hacer una cosa que es también muy “sencilla” y también muy barata: enviar sus escritos, supongamos que, a una sociedad ocupada en dar trabajo a las mujeres. Así es como ella se convirtió en periodista, en una mujer trabajadora, y su primer artículo fue remunerado el primer día del mes siguiente.
Para explicar su falta de conciencia de clase, de clase trabajadora, nos cuenta que en vez de usar ese sueldo en pagar el alquiler, comprar pan y mantequilla, etcétera (recordemos que ella disponía de una habitación propia y 500 libras anuales), se compró un gato persa.
Sigue. Allí estaba ella de nuevo con otro artículo. Trabajaba sobre una novela escrita por un hombre famoso y se dio cuenta de que si quería ser crítica de libros tendría que librar una batalla con cierto “fantasma”, una mujer a la que cuándo conoció mejor apodó con el nombre de la protagonista del poema de Coventry Patmore “El Ángel en la Casa”. Esa mujer era la que le estorbaba, le obstaculizaba cuando escribía, le hacía perder el tiempo, se metía entre el papel y ella, y de tal manera le atormentaba, que al final la mato. El hombre debe ser complacido Y complacerlo es el deber de la mujer.
Cuenta en el ensayo cómo nada más empezar a escribir su crítica de una novela escrita por un hombre, el ángel de la casa se situó a su espalda y le susurró: sé comprensiva, sé tierna, halaga, engaña, emplea todas las artes y astucias de nuestro sexo. Jamás permitas que alguien sospeche que tienes ideas propias. Y como ella no tenía necesidad de depender de su encanto para vivir, se volvió y le echó las manos al cuello e hizo todo lo posible por matarlo. Tardó en morir, dice. Arguye que lo mató en legítima defensa.
Virginia Woolf consideraba que dar muerte al ángel de la casa formaba parte del trabajo de las escritoras. V W quiere seguir con su historia y reflexiona, ya sin la falsedad, después de haber matado al ángel y concluye que ahora le quedaba “ser ella misma” y se pregunta ¿qué es ser ella misma?. En aquellos días pensaba que nadie podría saber que es ser “una misma”, que nadie lo sabría hasta que las mujeres se hubiesen expresado en todas las artes y profesiones. Va más allá, y llega un punto en el que la razón le dice que los hombres se escandalizarían de lo que ellas, como mujeres escritoras, pensaban y cree que el extremo convencionalismo del sexo contrario las paraliza.
Pensaba V W que habría de pasar mucho tiempo antes de que una mujer pudiese sentarse a escribir sin que surgieran los fantasmas, ese ángel de la casa que era intensamente comprensiva encantadora y que carecía totalmente de egoísmo. Que se sacrificaba a diario, que estaba constituida de tal manera que jamás tenía una opinión o un deseo propio, sino que prefería adherirse siempre a la opinión y al deseo de los demás: bajando por el abismo de sus necesidades, ella pone su mejor esfuerzo, ella se arroja.
_Si lo que ven no es extraño la visión es falsa_ Si Virginia W. volviese estos días, casi pasado un siglo, descubriría al ángel de la casa declarando en el banquillo, y seguro que sus palabras no le dejaban perpleja, porque lo conocía muy bien: todo lo que hace mi marido me parece bien; no sabía que mi marido tenía cuentas en Suiza; mi marido se encargaba de las gestiones económicas y yo coordinaba la agenda de la familia; yo me ocupaba de los niños y mi marido se ocupaba de toda la parte de los gastos; nunca supe lo que ganaba mi marido… De eso se encargaba mi marido… Y llevado al extremo, el extremo “convencionalismo” del sexo contrario desplegándose en su defensa: la inocencia está demostrada, actuó por fe en el matrimonio y el amor por su marido“: Mientras ella, suave aún para la réplica, Espera de él una respuesta amable, Espera su remordimiento, [”porque creyó, cree y seguirá creyendo en la inocencia de su esposo”] Ya con el perdón en sus ojos. Queda claro que nos toman por tontas. Hombres y Mujeres.
Y vivieron felices y comieron perdices, y a nosotras nos dieron con el plato en las narices.
Este fue el primer doloroso paso en la senda de la libertad. Así hablaba Virginia Woolf en el artículo “Hombres y mujeres” de marzo de 1920. Creía además que para no desperdiciar ni una gota de toda la energía existente en nosotras tenía que darse la concurrencia, la simultánea evolución y emancipación del hombre. Para Virginia Woolf la lucha contra el patriarcado era algo que no solo competía a las mujeres, sino también a los hombres, quienes se beneficiarían de ello.
La consigna de la ONU para el 8 de marzo de 2017 es Las mujeres en un mundo laboral en transformación: hacia un planeta 50-50 en 2030. “Las mujeres deben ganar menos porque son más débiles, más pequeñas y menos inteligentes“, decía hace unos días uno de nuestro representantes en Europa. Entre las cautivadoras reflexiones que nos dejó Virginia Woolf en su imprescindible “Una habitación propia” encontramos esta que explica en parte porque las mujeres son a veces tan imprescindibles a los hombres: porque durante siglos, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural. De ahí la enorme importancia que tiene para un patriarca como Janusz Korwin-Mikke el creer que un gran número de personas, la mitad de la especie humana, son por naturaleza inferiores a él: si ellas no fueran inferiores, ellos cesarían de agrandarse. Lo que luego se popularizó como “si ellas no fueran inferiores, ellos no serían superiores”.
Virginia Woolf quería ser de profesión critica de libros. Gracias a su idea del “espejo” se entiende mejor por qué a los hombres les intranquilizan tanto las críticas de las mujeres y les encoleriza más que si estas fueran vertidas por un hombre: porque si ellas se ponen a decir la verdad, la imagen del espejo se encoge. Añoran tal vez al ángel de la casa.
Dicen que lo dijo la suffragette mancuniana Emmeline Pankhurst hace un siglo: “aunque despertamos tarde, una vez decididas, nada en la tierra y nada en el cielo hará que las mujeres cedamos; es imposible”. Confiemos pues en ello. Y en Dios, Ella nos ayudará en nuestra lucha por la igualdad y contra los estereotipos.
El caso es que, si 20, 30, 50 años atrás, hipotéticamente hubiesen tenido que sentar al marido de mi madre, o sea a mi padre, en el banquillo hubiese tenido que declarar lo del título: “…de eso se encargaba mi mujer”.
Y a otro le parecerá otra cosa en MUGALARI.info
by Barbara Strachey (Hultin, later Halpern), bromide print, 1938 |
fragmento de su novela Orlando
"Al pensar esas cosas, el túnel infinitamente largo en que ella había estado viajando por centenares de años se ensanchó; penetró la luz; sus pensamientos se templaron misteriosamente como si un afinador le hubiera puesto la llave en el espinazo y hubiera estirado mucho sus nervios; al mismo tiempo se le aguzó el oído; percibía cada susurro y cada crujido en el cuarto, hasta que el tic-tac del reloj sobre la chimenea fue como un martillazo."
No hay comentarios:
Publicar un comentario