como la Sirenita, petrificada, sentí un agudo dolor en el corazón
En el fondo del más azul de los océanos había un maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca. Vivía en esta espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas, junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas.
La Sirenita, la más joven, además de ser la más bella poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusas al oírla dejaban de flotar.
La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas. -¡Oh! ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!
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-Yo también moriré y me evaporaré como la espuma del mar, no oiré la música de las olas ni veré las preciosas flores ni el rojo sol. ¿No puedo hacer nada para conseguir un alma eterna?
"Los cuentos de Andersen, como los trajes del emperador más melancólico, nos piden que no desdeñemos la tristeza, ya que en ella se guarda la memoria de esa vida que tal vez merecimos pero que no pudimos alcanzar. Eso fue la tristeza para él, la memoria de lo que nunca llegamos a vivir ni probablemente viviremos nunca. Nuestra historia más hermosa”
(del prólogo a La sirenita y otros cuentos, de Hans Christian Andersen. Anaya, 2004)
Mañana del 1 de enero de 2013: esa tristeza de la Sirenita que me acompañó un rato de vuelta a la ciudad. Dejarle allí tan sola, tan triste, sin luz bajo la lluvia, sin poder
ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, casi de espaldas al mar en la Bahía del Puerto desde 1913...(Este año cumple 100 años)
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Mar Báltico, Copenhague, 1 de enero de 2013
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Buscaba además a Hamlet,
"hay más cosas en el cielo y la tierra"
Por donde pasemos llevaremos socorros y consuelos, y cuando hayamos hecho el bien durante trescientos años, recibiremos un alma inmortal y podremos participar de la eterna felicidad de los hombres -le decían.
¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus 100 años!
Hans Christian Andersen
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