Navega el navegante, aunque sepa que jamás tocará las estrellas que lo guían

¡Salud a la cofradía trotacalle y trotamundo!


domingo, 31 de octubre de 2010

a veces soy como el río

31 de octubre de 1993, viaje a ninguna parte







Stand by me, 1986, 16 años








Las consecuencias que tienen para los hijos las elecciones personales de los padres (y viceversa)

River Jude Bottom nació en una cabaña en Oregón, el 23 de agosto de 1970. Sus padres, a los que en una entrevista para “People” describiría como hippies, le llamaron River por el rió que habló al Siddhartha de Herman Hesse y Jude por el tema de Los Beatles "Hey Jude". Poco después la familia se unió a la secta religiosa Niños de Dios. Fueron naciendo sus hermanos Rain Joan of Arc y Joaquín Rafael, en diferentes lugares debido a los viajes que tuvieron que hacer como misioneros de los Niños. Ya en Venezuela nació Liberty. A pesar de que el padre fuera Arzobispo de la secta para Venezuela y el Caribe, la familia no recibían apoyo financiero y vivían en la pobreza, por lo que River y su hermana Rain tocaban la guitarra y cantaban en las esquinas para sacar dinero para la familia.
Tras oponerse los padres a la práctica de “flirty Fishing” abandonaron el grupo y se quedaron un tiempo en Venezuela bajo la tutela de un cura católico.En 1978 la familia regreso a EEUU y nació la hermana menor Summer en Florida. La familia cambió el apellido a Phoenix por el ave que resurge de sus cenizas y adoptaron el veganismo como dieta y estilo de vida.

Traigo enredada en el alma, viday, una tristeza


Running on empty, 1988, 18 años

Una pareja se conoce en los turbulentos años 60, en la universidad. Junto con otros amigos, explosionaron un laboratorio del Gobierno de los Estados Unidos, como protesta por la guerra de Vietnam y un hombre resulta gavemente herido. Desde entonces, huyen del FBI. Tienen dos hijos, Danny, de 17 años, y Harry, de 10, que corren la misma suerte que ellos. Su vida es un continuo ir yvenir: una nueva casa, un nuevo colegio y nuevos amigos, cada poco tiempo. Nunca han conocido otro modo de vida, pero Danny ya está cansado. Conoce el amor juvenil y deberá elegir entre seguir a sus progenitores o comenzar a hacer su propia vida. Un rol "autobiográfico" que le valió, a sus diecisiete años, su nominación al Globo de Oro y al Oscar como Mejor Actor de Reparto. Aunque ganó Kevin Kline por "A fish called Wanda" estaba ya en la lista A de los actores de Hollywood.


River Phoenix interpretando a Mozart al piano




En 1989, Phoenix fue nominado al Oscar como Mejor Actor de Reparto (y a la vez al Globo de Oro) y recibió el honor de Mejor Actor de Reparto de la National Board of Review por su papel en Running on Empty.








31 de octubre de 1993, viaje a ninguna parte

En la madrugada del dia de Halloween de 1993, River Phoenix iba a tocar en vivo con su amigo Michael "Flea" Balzary, de los Red Hot Chili Peppers, en The Viper Room, un club nocturno de Hollywood en aquel entonces propiedad en parte del actor Johnny Depp. Phoenix había regresado a Los Ángeles esa semana desde Utah para completar las tres semanas de tomas interiores restantes de su último (e incompleto) proyecto: Dark Blood. Dicen que durante la noche un conocido le ofreció un poco de Persian Brown. Phoenix murió a causa de una sobredosis sobre la acera afuera del Viper Room. Con él estaban su hermana Rain, su hermano Joaquin y la novia que tenía entonces Samantha Mathis.




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Están River Fenix y Judd Hirsch y merecería la pena solamente por ver a Jonas Abry








el 1 de noviembre, la noche de don Juan Tenorio

(La sombra de doña Inés)

Panteón de la familia Tenorio.-El teatro representa un magnífico cementerio, hermoseado a manera de jardín. En primer término, aislados y de bulto, los sepulcros de don Gonzalo Ulloa, de doña Inés y de don Luis Mejía, sobre los cuales se ven sus estatuas de piedra. El sepulcro de don Gonzalo a la derecha, y su estatua de rodillas; el de don Luis a la izquierda, y su estatua también de rodillas; el de doña Inés en el centro, y su estatua de pie. En segundo término otros dos sepulcros en la forma que convenga; y en el tercer término y en puesto elevado, el sepulcro y estatua del fundador don Diego Tenorio, en cuya figura remata la perspectiva de los sepulcros. Una pared llena de nichos y lápidas circuye el cuadro hasta el horizonte. Dos llorones a cada lado de la tumba de doña Inés, dispuestos a servir de la manera que a su tiempo exige el juego escénico. Cipreses y flores de todas clases embellecen la decoración, que no debe tener nada de horrible. La acción se supone en una tranquila noche de verano, y alumbrada por una clarísima luna

Escena I

EL ESCULTOR, disponiéndose a marchar
Pues, señor, es cosa hecha
el alma del buen don Diego
puede, a mi ver, con sosiego
reposar muy satisfecha.
La obra está rematada
con cuanta suntuosidad
su postrera voluntad
dejó al mundo encomendada.
Y ya quisieran, ¡pardiez!,
todos los ricos que mueren
que su voluntad cumplieren
los vivos, como esta vez.
Mas ya de marcharme es hora:
todo corriente lo dejo,
y de Sevilla me alejo
al despuntar de la aurora.
¡Ah! Mármoles que mis manos
pulieron con tanto afán,
mañana os contemplarán
los absortos sevillanos;
y al mirar de este panteón
las gigantes proporciones,
tendrán las generaciones
la nuestra en veneración.
Mas yendo y viniendo días,
se hundirán unas tras otras,
mientras en pie estaréis vosotras,
póstumas memorias mías.
¡Oh! frutos de mis desvelos,
peñas a quien yo animé
y por quienes arrostré
la intemperie de los cielos;
el que forma y ser os dio,
va ya a perderos de vista;
¡velad mi gloria de artista,
pues viviréis más que yo!
Mas ¿quién llega?

Escena II

EL ESCULTOR; DON JUAN, que entra embozado

ESCULTOR. Caballero....

JUAN: Dios le guarde.

ESCULTOR. Perdonad,
mas ya es tarde, y...

JUAN: Aguardad
un instante, porque quiero
que me expliquéis...

ESCULTOR. ¿Por acaso
sois forastero?

JUAN: Años ha
que falto de España ya,
y me chocó el ver al paso,
cuando a esas verjas llegué,
que encontraba este recinto
enteramente distinto
de cuando yo le dejé.

ESCULTOR. Yo lo creo; como que esto
era entonces un palacio
y hoy es panteón el espacio
donde aquél estuvo puesto.

JUAN: ¡El palacio hecho panteón!

ESCULTOR. Tal fue de su antiguo dueño
la voluntad, y fue empeño
que dio al mundo admiración.

JUAN: ¡Y, por Dios, que es de admirar!

ESCULTOR. Es una famosa historia,
a la cual debo mi gloria.

JUAN: ¿Me la podréis relatar?

ESCULTOR. Sí; aunque muy sucintamente,
pues me aguardan.

JUAN: Sea.

ESCULTOR. Oíd
la verdad pura.

JUAN: Decid,
que me tenéis impaciente.

ESCULTOR. Pues habitó esta ciudad
y este palacio heredado,
un varón muy estimado
por su noble calidad.

JUAN: Don Diego Tenorio.

ESCULTOR. El mismo.
Tuvo un hijo este don Diego
peor mil veces que el fuego,
un aborto del abismo.
Un mozo sangriento y cruel,
que con tierra y cielo en guerra,
dicen que nada en la tierra
fue respetado por él.
Quimerista, seductor
y jugador con ventura,
no hubo para él segura
vida, ni hacienda, ni honor.
Así le pinta la historia,
y si tal era, por cierto
que obró cuerdamente el
muerto
para ganarse la gloria.

JUAN: Pues ¿cómo obró?

ESCULTOR. Dejó entera
su hacienda al que la empleara
en un panteón que asombrara
a la gente venidera.
Mas con condición, que dijo
que se enterraran en él
los que a la mano cruel
sucumbieron de su hijo.
Y mirad en derredor
los sepulcros de los más
de ellos.

JUAN: ¿Y vos sois quizás,
el conserje?

ESCULTOR. El Escultor
de estas obras encargado.

JUAN: ¡Ah! ¿Y las habéis concluido?

ESCULTOR. Ha un mes; mas me he detenido
hasta ver ese enverjado
colocado en su lugar;
pues he querido impedir
que pueda el vulgo venir
este sitio a profanar.

JUAN (Mirando.)¡Bien empleó sus riquezas
el difunto!

ESCULTOR. ¡Ya lo creo!
Miradle allí.

JUAN: Ya le veo.

ESCULTOR. ¿Le conocisteis?

JUAN: Sí.

ESCULTOR. Piezas
son todas muy parecidas
y a conciencia trabajadas.

JUAN: ¡Cierto que son extremadas!

ESCULTOR. ¿Os han sido conocidas
las personas?

JUAN: Todas ellas.

ESCULTOR. ¿Y os parecen bien?

JUAN: Sin duda,
según lo que a ver me ayuda
el fulgor de las estrellas.

ESCULTOR. ¡Oh! Se ven como de día
con esta luna tan clara.
Ésta es mármol de Carrara.
(Señalando a la de DON LUIS)

JUAN: ¡Buen busto es el de Mejía!
(Contempla las estatuas unas tras otras.)
¡Hola! Aquí el comendador
se representa muy bien.

ESCULTOR. Yo quise poner también
la estatua del matador
entre sus víctimas, pero
no pude a manos haber
su retrato... Un Lucifer
dicen que era el caballero
don Juan Tenorio.

JUAN: ¡Muy malo!
Mas como pudiera hablar,
le había algo de abonar
la estatua de don Gonzalo.

ESCULTOR. ¿También habéis conocido
a don Juan?

JUAN: Mucho.

ESCULTOR. Don Diego
le abandonó desde luego
desheredándole.

JUAN: Ha sido
para don Juan poco daño
ése, porque la fortuna
va tras él desde la cuna.

ESCULTOR. Dicen que ha muerto.

JUAN: Es engaño:
vive.

ESCULTOR. ¿Y dónde?

JUAN: Aquí, en Sevilla.

ESCULTOR. ¿Y no teme que el furor
popular...?

JUAN: En su valor
no ha echado el miedo semilla.

ESCULTOR. Mas cuando vea el lugar
en que está ya convertido
el solar que suyo ha sido,
no osara en Sevilla estar.

JUAN: Antes ver tendrá a fortuna
en su casa reunidas
personas de él conocidas,
puesto que no odia a ninguna.

ESCULTOR. ¿Creéis que ose aquí venir?

JUAN: ¿Por qué no? Pienso, a mi ver,
que donde vino a nacer
justo es que venga a morir.
Y pues le quitan su herencia
para enterrar a éstos bien,
a él es muy justo también
que le entierren con decencia.

ESCULTOR. Sólo a él le está prohibida
en este panteón la entrada.

JUAN: Trae don Juan muy buena
espada,
y no sé quién se lo impida.

ESCULTOR. ¡Jesús! ¡Tal profanación!

JUAN: Hombre es don Juan que, a
querer,
volverá el palacio a hacer
encima del panteón.

ESCULTOR. ¿Tan audaz ese hombre es
que aun a los muertos se atreve?

JUAN: ¿Qué respetos gastar debe
con los que tendió a sus pies?

ESCULTOR. ¿Pero no tiene conciencia
ni alma ese hombre?

JUAN: Tal vez no,
que al cielo una vez llamó
con voces de penitencia,
y el cielo, en trance tan fuerte,
allí mismo le metió,
que a dos inocentes dio,
para salvarse, la muerte.

ESCULTOR. ¡Qué monstruo, supremo Dios!

JUAN: Podéis estar convencido
de que Dios no le ha querido.

ESCULTOR. Tal será.

JUAN: Mejor que vos.

ESCULTOR. (¿Y quién será el que a don Juan
abona con tanto brío?)
Caballero, a pesar mío,
como aguardándome están...

JUAN: Idos, pues, enhorabuena.

ESCULTOR. He de cerrar.

JUAN: No cerréis
y marchaos.

ESCULTOR. ¿Mas no veis...?

JUAN: Veo una noche serena
y un lugar que me acomoda
para gozar su frescura,
y aquí he de estar a mí holgura,
si pesa a Sevilla toda.

ESCULTOR. (¿Si acaso padecerá
de locura desvaríos?)

JUAN: (Dirigiéndose a las estatuas.)
Ya estoy aquí, amigos míos.

ESCULTOR. ¿No lo dije? Loco está.

JUAN: Mas, ¡cielos, qué es lo que veo!
O es ilusión de mi vista,
o a doña Inés el artista
aquí representa, creo.

ESCULTOR. Sin duda.

JUAN: ¿También murió?

ESCULTOR. Dicen que de sentimiento
cuando de nuevo al convento
abandonada volvió
por don Juan.

JUAN: ¿Y yace aquí?

ESCULTOR. Sí.

JUAN: ¿La visteis muerta vos?

ESCULTOR. Sí.

JUAN: ¿Cómo estaba?

ESCULTOR. ¡Por Dios,
que dormida la creí!
La muerte fue tan piadosa
con su cándida hermosura,
que la envió con la frescura
y las tintas de la rosa.

JUAN: ¡Ah! Mal la muerte podría
deshacer con torpe mano
el semblante soberano
que un ángel envidiaría.
¡Cuán bella y cuán parecida
su efigie en el mármol es!
¡Quién pudiera, doña Inés,
volver a darte la vida!
¿Es obra del cincel vuestro?

ESCULTOR. Como todas las demás.

JUAN: Pues bien merece algo más
un retrato tan maestro.
Tomad.

ESCULTOR. ¿Qué me dais aquí?

JUAN: ¿No lo veis?

ESCULTOR. Mas...,caballero...,
¿por qué razón...?

JUAN: Porque quiero
yo que os acordéis de mí.

ESCULTOR. Mirad que están bien pagadas.

JUAN: Así lo estarán mejor.

ESCULTOR. Mas vamos de aquí, señor,
que aún las llaves entregadas
no están, y al salir la aurora
tengo que partir de aquí.

JUAN: Entregádmelas a mí,
y marchaos desde ahora.

ESCULTOR. ¿A vos?

JUAN: A mí ¿Qué dudáis?

ESCULTOR. Como no tengo el honor...

JUAN: Ea, acabad, escultor.

ESCULTOR. Si el nombre al menos que usáis
supiera...

JUAN: ¡Viven los cielos!
Dejad a don Juan Tenorio
velar el lecho mortuorio
en que duermen sus abuelos.

ESCULTOR. ¡Don Juan Tenorio!

JUAN: Yo soy.
Y si no me satisfaces,
compañía juro que haces
a tus estatuas desde hoy.

ESCULTOR. (Alargándole las llaves.)
Tomad. (No quiero la piel
dejar aquí entre sus manos.
Ahora, que los sevillanos
se las compongan con
él.) (Vase.)

Escena III

DON JUAN: Mi buen padre empleó en esto
entera la hacienda mía:
hizo bien: yo al otro día
la hubiera a una carta puesto.
No os podéis quejar de mí,
vosotros a quien maté;
si buena vida os quité,
buena sepultura os di
.
¡Magnífica es, en verdad,
la idea de tal panteón!
Y... siento que el corazón
me halaga esta, soledad.
¡Hermosa noche...! ¡Ay de mí!
¡Cuántas como ésta tan puras,
en infames aventuras
desatinado perdí!
¡Cuántas, al mismo fulgor
de esa luna transparente,
arranqué a algún inocente
la existencia o el honor!
Sí, después de tantos años
cuyos recuerdos me espantan,
siento que en mí se levantan
pensamientos en mí extraños.
¡Oh! Acaso me los inspira
desde el cielo, en donde mora,
esa sombra protectora
que por mi mal no respira.
(Se dirige a la estatua de DOÑA INÉS, hablándola con respeto.)

Mármol en quien doña Inés
en cuerpo sin alma existe,
deja que el alma de un triste
llore un momento a tus pies.
De azares mil a través
conservé tu imagen pura,
y pues la mala ventura
te asesinó de don Juan,
contempla con cuánto afán
vendrá hoy a tu sepultura.
En ti nada más pensó
desde que se fue de ti;
y desde que huyó de aquí,
sólo en volver meditó.
Don Juan tan sólo esperó
de doña Inés su ventura,
y hoy, que en pos de su
hermosura
vuelve el infeliz don Juan,
mira cuál será su afán
al dar con tu sepultura.
Inocente doña Inés,
cuya hermosa juventud
encerró en el ataúd
quien llorando está a tus pies;
si de esa piedra a través
puedes mirar la amargura
del alma que tu hermosura
adoró con tanto afán,
prepara un lado a don Juan
en tu misma sepultura.
Dios te crió por mi bien,
por ti pensé en la virtud,
adoré su excelsitud,
y anhelé su santo Edén.
Sí; aún hoy mismo en ti también
mi esperanza se asegura,
que oigo una voz que murmura
en derredor de don Juan
palabras con que su afán
se calma en tu sepultura.
¡Oh, doña Inés de mi vida!
Si esa voz con quien deliro
es el postrimer suspiro
de tu eterna despedida;
si es que de ti desprendida
llega esa voz a la altura,
y hay un Dios tras esa anchura
por donde los astros van,
dile que mire a don Juan
llorando en tu sepultura. /.../

José Zorrilla




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