Vuelvo de celebrar que hoy mi padre, un niño tan guapo, hubiese cumplido 79 años. Con Enrique siempre volvíamos al Barrio amado.
Porque el niño conserva todos los libres bríos
de la invención, baraja sus monstruos increíbles
y sus enloquecidos ángeles.
La bárbara inocencia sin prejuicios de la primera pureza
y el espléndido caos, el delirio de la razón, la fantasía.
El niño es el primer surrealista.
Y crece y es hombre, y sigue viviendo más no sabe
y quien lo lleva adentro así lo ignora.
A veces, de manera sutil, eso supongo,
en cada acto adulto la infancia nos vigila
-una voz, un suceso rotundo, familiar, una lámpara,
una paloma herida con mensaje-.
Todo hombre en el final minuto de su invierno
piensa en algo lejano cuando muere.
Y la muerte es el último país que el niño inventa.
Raúl González Tuñón
1 comentario:
muy bonito lo de los sueños de los ñiños De todos modos, el final es un poco triste,aunque es más que cierto es segurísimo
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